Esta tarde creo que el único dolor fue por la patada al orgullo de alguno mucho más rápido que yo que encontró la hora, el lugar y las palabras.
Me quedaron ahí entreveradas entre el paladar y la lengua un puñadito de razones de esas que ibas a entender o a bancar sólo porque eran ciertas, de esas que quería que supieras y esperaba que aceptaras de verdad, pero lo mismo me las tuve que tragar por dejarte hablar antes que yo.
No sabés lo bien que te quedan esos nervios y esas mentiras que no podés creerte ni vos. Al final terminó como era de esperarse: Sèvres que se afila y Babilonia vencedora de haberse perdido de nuevo en el mismo lugar.
Olvidate, igual. Hagamos algún pacto con el silencio o alguna pavada de esas que hacés vos y casi todo el mundo en vez de dejar aunque sea una ventana abierta, un lugar por donde pase luz.
¿Por qué decís que hiciste justo eso que no querías? Esa traición de mentira que esperás que me crea, de la que antes nos estuvimos riendo horas, atrincherados en un lugar de esos que apagan las luces y la gente saca a pasear a los perros a una hora que me parece terriblemente absurda.
Yo uno, Dios cero; qué inocente el pobre haber puesto en duda la intuición, paraíso ganado de nuevo, date cuenta.
Nada de delay, no funciona; nada de rabias, ni diembre, nada. Números y letras. Hoy la música puede quedar afuera; te quedaste vos con la última chance que llegó medio distorsionada y apurada entre los nervios, el poco tiempo, y un fin del mundo en el que me pareció verte tan alegre de por fin estar del otro lado de la línea, donde hay que hablar como un adulto y resongar a la nena que otra vez se mandó una de las suyas. Nada de delay. Stop.
sábado, 30 de enero de 2010
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